Cuando creo que he llegado al límite de mi capacidad de asombro, siempre pasa algo que me demuestra lo ingenua que soy...
Hace poco comenté lo extraño que me parecía lo pendiente que estaban de mi vida sentimental mis adorados clientes.
Y la alegría que eso me causaba.
Mientras uno me endiñaba como novio a su primo del pueblo, virgen y pastor de ovejas de cincuenta y tantos años de edad, el otro me llamaba solterona reprimida con pretendida elegancia.
Si eso no es una demostración de aprecio...
Bueno, si eso ya me parecia raro, lo de hoy..., lo de hoy..., no tengo palabras para lo de hoy.
Estaba yo tan tranquila llenando la cámara de Coca Cola.
Y claro, para colocar la parte de abajo te tienes que agachar. Más bien, te tienes que poner en cuclillas.
El problema de esa postura es que se te abre la cintura de los vaqueros por detrás.
¡¡Pero no es a propósito!! ¡¡¡Es imposible que la cintura no se abra!!!
Además, son vaqueros enoooormes, de los que la cintura se te queda por encima del ombligo.
En fin, que es la cosa menos sexy del mundo. Pero eso no detiene a determinadas personas...
Bueno, estaba yo colocando la cámara, cuando noto una mano helada que se mete por dentro del pantalon hacia donde la espalda pierde el nombre.
Con mi agilidad habitual y una mala hostia de tres pares de pelotas, me pongo en pie completamente lívida dispuesta a acordarme de los muertos del culpable de semajante afrenta...
¡¡¿PERO QUE C*****S...-madremiamadremiamadremia-...pasa aquí?!!
Y me encuentro una señora MUY mayor vestida de luto de un metro cuarenta de alto mirandome con mucha sorna.
- ¡Ay! ¡Hija! ¡¡Si es que estás muy buena!! Si yo fuera hombre, no se lo que te hacía...¿Me bajas la bolsa los escalones, que yo no puedo?
Y se queda tan ancha.
Yo no puedo con la vida, de verdad.
Me ha metido mano una señora MUY MAYOR, bajita y cegata, por más señas.
Jo. Solo puedo decir una cosa.
Esto con Franco no pasaba.
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